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Pecados capitales. Avaricia
Dolor, era lo que su cuerpo le transmitía, un gran dolor pero sus cuerdas vocales se negaban a gritar, algo le quemaba las entrañas, intentó abrir sus párpados para darse cuenta que no existían y podía ver.
Se encontraba dentro de un líquido que la estaba quemando, veía como su piel se ennegrecía, se convertía en una gran ampolla, desaparecía dejando al aire el músculo, los huesos y de nuevo aparecía la piel para volver a quemarse y llenarla de dolor.
Entonces todo se calmó, el dolor desapareció, su piel ya no se quemaba, sus entrañas no ardían y pudo gritar.
—¡¡Deja de gritar o volverás al aceite!!—¡¡Un demonio!! Era lo que le había sacado del dolor pero… ¡Dios! ¿Dónde estaba?— Jajajaja, Dios no tiene cabida en este lugar, aquí manda el Príncipe y uno de sus generales desea verte.
Fue llevada a través de varias grutas, de varios castillos aterradores, de varios círculos de fuego, podía ver a decenas, centenares, millares e incluso millones de hombres y mujeres ser arrojados a diversos castigos. Algunos gritaban el perdón, otros gritaban de dolor y otros, los menos, desaparecían… ¿por qué? ¿Qué sabían esos hombres o mujeres que ella no sabía para salir de aquel espantoso lugar?
—Dile a Mammón que traigo lo que me pidió.
El demonio la empujó dentro de una sala, hizo un movimiento con sus manos y sus pocas ropas desaparecieron. Sara intentó taparse pudorosamente ante la risa del demonio.
—¡Bienvenido Bräel! ¿Es esta la mortal que te pedí?
—Sí mi señor.
La empujó delante del otro demonio que se encontraba tumbado en una especie de cama-trono ostentoso hecho de oro, diamantes y otras piedras preciosas. Estaba rodeado de bellas mujeres desnudas que no paraban de llorar y, que como ella intentaban tapar sus vergüenzas siendo una tarea imposible, puesto que el demonio una y otra vez las castigaba con un manotazo o una pequeña quemadura en sus brazos. El demonio se deleitaba en acariciarlas, en lamer sus pechos o sus entrepiernas, jugaba con sus dedos y su cola puntiaguda en sus cuerpos haciendo que alguna se excitara, aunque no dejaba de llorar.
Miró a Sara levantándose, bajó los cuatro escalones que separaban su cama-trono y paseo a su alrededor observándola como si fuera un caballo, paseó sus manos sobre la piel haciendo que ella diera un respingo de miedo, acarició con su cola su entrepierna, posó sus rojos dedos sobre su boca, manoseó sus senos viendo cuánto tiempo tardaban en ponerse duros los pezones, acarició y olió su cabello.
—Eres apetecible—comentó mientras volvía a su cama-trono—quiero convertirte en parte de mis huestes, serás uno de mis generales cuando Isdrel te forme y subirás atraer a numerosas almas para mí. Tienes las cualidades que busco y tu avaricia te ha llevado frente a mí.
— ¿Cómo he llegado aquí?—su voz sólo era un susurro—No recuerdo más que a Héctor y a Dris… y… y… unos ojos, llenos de ira, de odio, llenos de violencia, que se introducían en mi alma, me arrebataban mis pensamientos, mis sueños y esperanza… y me abrasaban.
Mammón rió, inundando toda la estancia con su carcajada.
—¿Estos?
***
Se miró al espejo, se veía bien con el top tipo corsé que se había puesto y que dejaba ver dónde se juntaban sus grandes pechos, los pantalones se ceñían perfectamente a las curvas de sus caderas, soltó su pelo rojizo y ondulado de la prisión del coletero, dejando que cayera suavemente sobre su espalda.
Sí, realmente se veía muy bien, apetecible era la palabra que buscaba.
Se despidió de su gato, cerró la puerta de su apartamento y entró en el ascensor, dentro se encontraba su vecino de arriba, que descaradamente posó sus ojos sobre sus pechos. Saludó al portero de su edificio y mientras salía por el portal, notó su mirada sobre su culo.
Sabía perfectamente que los hombres la devoraban con la mirada e imagino que se morían por llevar a cabo sus más perversos instintos en su cuerpo, recrear con ella sus secretas (e incluso algunas oscuras) fantasías. A ella le gustaba saberse musa de aquellas fantasías aunque sólo unos pocos privilegiados habían tenido oportunidad de poseer su cuerpo.
Sabía escogerlos, no se fijaba en hombres incultos o que físicamente no estuvieran bien y miraba sobre todo su poder adquisitivo, si no tenían dinero, no interesaban. Le daba igual que estuvieran casados o tuvieran novia, si a ella le gustaba iba a por él sin miramientos y, por supuesto, la elegían a ella, ya que no le importaba hacer en la cama lo que sus remilgadas mujeres o novias se negaban una y otra vez. Había cumplido muchas de las fantasías de sus amantes y también suyas, aunque al final muchos de ellos la habían abandonado (presionados por sus esposas) o ella los había abandonado por aburrimiento y en muchos casos, porque no llegaban al poder adquisitivo que ella ambicionaba.
Cuando llegó a la oficina, saludó con una sonrisa al viejo guardia de seguridad y se dirigió a la máquina de café donde estaban el resto de secretarias. Se comentaron todo el trabajo que tenían, criticaron a sus respectivos jefes, quedaron para comer y cada una se dirigió a su departamento.
Sara colocó sus cosas mientras su ordenador se encendía, entró en el despacho de Rebecca, le encendió su ordenador, le dejó abierta su agenda virtual para que pudiera ver, nada más llegar, las citas que tenía a lo largo del día y salió de nuevo a la máquina de café para sacarle un cappuccino. Allí se encontraba Héctor, el joven y prometedor abogado de la empresa.
Héctor le dedicó una atractiva sonrisa que ella agradeció con una buena vista de su hermoso culo.
—Hoy estás radiante.
—Gracias.
Se volvió al despacho de Rebecca para dejar el café sobre la mesa y volvió a la suya. Ojeó su correo electrónico, mandó alguno a sus amigos y se dispuso a esperar a Rebecca que siempre llegaba puntual, dándole ordenes antes que los buenos días. No la soportaba, se creía superior a todo el mundo, siempre mirando por encima del hombro y siempre tratándola como si fuera una inepta.
Cuando Rebecca le dijo que marchaba al bufete para recoger unos papeles del Señor González y le dejó varias funciones que tenía que desempeñar esa mañana, observó por detrás que Héctor se acercaba a su mesa y deseó que ella marchara cuanto antes. Vio como Elisa se le acercaba insinuante, cómo se acercaba demasiado a él para hablarle, cómo acariciaba su brazo mientras le hablaba y cómo no se le quitaba de la cara esa estúpida sonrisa suya. Sara ardió en celos.
—¿Te he dicho hoy que estás radiante?
—¿Se lo has dicho también a la engreída de Elisa?
—¡Vaya!—exclamó Héctor con una gran sonrisa—Nunca pensé que tendrías celos de alguien que no te llega a la altura del zapato
Sara le miró desde su silla, él se había acercado un poco más y podía oler su perfume, ese perfume que la envolvía y embriagaba. Jugó un poco con el colgante que llevaba, dejándolo caer una y otra vez sobre sus pechos para que la mirada de Héctor se posara en ellos.
—He estado pensando— le dijo el joven abogado— que a lo mejor hoy, siendo viernes, te apetecía tomarte una copa conmigo.
—¿Tu novia no está?— le dijo ella regalándole su sonrisa más pícara.
—Por Dris no te preocupes, somos una pareja muy liberal.
***
Mientras se duchaba repasaba mentalmente su ropa, ¿con qué estaría más sexy? Se acordó de un mini-vestido que tenía en color rojo. Con él se veía espléndida, dejaba ver sus piernas por encima de las rodillas y se ceñía a sus caderas marcándolas sensualmente, el escote era asimétrico pudiendo dejar un hombro al aire, cosa que le encantaba hacer y podría ir sin sujetador, puesto que era amplio en la zona de arriba, además sus pechos no eran tan grandes como para tener que ir cautivos con esa prenda.
Se volvió para despedirse de su gato y salió del apartamento.
—Está Ud. muy… apetecible
El comentario del portero no la molestó aunque le pareció que había dicho “apeteciiiiiiible”, casi como devorándola, se giró y le regaló un guiño de ojos, cerró la puerta del portal y se imaginó que esa noche el portero se daría una fiesta con su imagen.
Llamó a un taxi y cuando entró, el olor de sudor agrio invadió su nariz.
—¿Dónde vamos señorita?— le preguntó el orondo taxista girándose para verla y clavando su libidinosa mirada en sus piernas.
Sara le dio las indicaciones oportunas y dirigió su mirada a la ciudad. El taxista comenzó una conversación insustancial con ella que apenas le interesaba.
—Sí señorita, cómo le digo, esta ciudad ya no es lo que era, ahora está llena de delincuentes, estafadores, ladrones, violadores…toda esa escoria que nos afea la gran ciudad que tenemos y por supuesto todos los políticos sin hacer nada. Si como le digo yo a mi parienta, este país lo que necesita es una mano dura…
—Si quiere me puede dejar aquí—el taxista se giró para cobrarle y volver a repasarle sus piernas con la mirada.
Salió apresuradamente del taxi antes de que al orondo se le ocurriera alguna maldad.
Miró la hora, no llegaba puntual pero una mujer se tenía que hacer esperar y, estaba claro que esperarla a ella, bien merecía la pena.
Dos chicos la silbaron, otro se le insinuó de camino a la puerta, otro avisó a su amigo para que la viera y se rieron juntos de la ocurrencia de un tercero y el portero, bueno ni siquiera se molestó en perder tiempo en observarla, algo que llegó a irritarla.
Se abrió paso entre la gente que se agolpaba dentro, buscando a Héctor. La música estridente llenaba todo el recinto, la semi-oscuridad que había dentro no la ayudaba mucho y en más de una ocasión sintió varias manos en su culo, pero ni siquiera se molestó en darse la vuelta para arremeter contra el culpable, puesto que entre tanta gente jamás sabría quien había sido.
Entonces distinguió a Héctor apoyado en la barra, bebiendo algo en un tubo largo y estrecho, mirando para todas partes e imaginó que la buscaba.
—¡Uff!—le dio dos besos acercándose, más bien, pegándose a él todo lo que pudo—Por fin he conseguido llegar, con tanta gente es casi imposible.
Héctor le hizo señas de que apenas la oía, se acercó a decírselo al oído y dejó que el olor de él le embriagara.
Ella se pidió una copa y se acercó a él para decirle una tontería sobre la camarera que él rió, después pasaron a la zona de baile dónde ella empezó a moverse serpenteantemente, rozando su culo por su miembro, provocándole.
Tomaba alguno de los que estaban cerca y bailaba sensualmente con ellos, provocando a Héctor, dejaba que la tomaran entre dos y que pareciera que se la estaban tirando, hasta que él los echó de su lado y se puso a bailar con ella, siendo él quien guiaba sus pasos y él quien buscó su boca.
—¿Por qué no nos vamos?—le susurró al oído.
Ella asintió y salieron del recinto.
Se subieron al Audi R8 de él.
—¿Dónde vamos?
—Si quieres vamos a mi ático, seguramente estaremos más cómodos y no nos molestarán los vecinos.
Ella asintió puesto que no quería volver a ver la cara de salido del portero de su edificio, ni que durante días él pudiera hacerle alguna referencia a ello, tampoco quería que las cotillas de sus vecinas supieran a quien llevaba a su apartamento.
Le volvió a besar, él metió la marcha y luego dejó la mano en su pierna que comenzó a acariciar, subiendo despacio hasta su entrepierna, ella se abría a él dejándose hacer. Primero sintió como su dedo meñique le acariciaba, siendo seguido por los demás, uno de ellos logró apartar parte del tanga para poder introducirse entre sus labios.
Se mordió el labio inferior cerrando los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que le llegaban desde su entrepierna, perdiéndose en el placer, olvidándose del mundo y centrándose únicamente en los dedos que la acarician. Se dejaba llevar por los impulsos eléctricos que su clítoris mandaba al resto de su cuerpo, notando como se centraba en su nuca para rodear su cuerpo, lamer sus pechos, centrarse por un instante en sus pezones para bajar veloz, de nuevo, a su entrepierna y volver a uno de sus puntos de placer. Pero antes de poder estallar en un orgasmo habían llegado a su destino.
Héctor abrió la puerta del gran edificio, saludó al portero que no se molestó en levantar la vista de la pequeña televisión que tenía y de la que llegaba el sonido de una película porno, el portero sólo levantó por un segundo una mano y la volvió a dejar caer. Entraron al ascensor entre risas y besos, Héctor accionó la llave hasta su casa y de nuevo, besó a Sara.
Sus manos subieron por las piernas para acomodarlas en las suyas, mientras le besa el cuello, se lo lame, se lo muerde, lo recorre con su lengua y restriega su miembro ya erecto en su entrepierna, haciendo que de nuevo Sara se deje transportar a ese mundo de sensaciones y placer.
Entraron besándose en el piso, dejando llevarse por la pasión y la lujuria. Héctor le provocaba gran placer con sus besos y sus caricias, como ningún otro hombre lo había hecho en tan poco tiempo.
—Menos mal que habéis llegado—una voz de mujer les interrumpió—empezaba a estar aburrida esperándoos.
—¡Hola Dris!—Héctor soltó a Sara para acercarse a ella y darle un beso—Esta es Sara.
Dris se acercó a ella para saludarla y por un segundo, mientas se acercaba, le vio sus ojos alargados, verdes, felinos… ¿tenía la pupila vertical?
Esa mirada escudriñaba su alma, leía sus más ocultos pensamientos, sus secretos oscuros, sus miedos, entraba y salía de los rincones más recónditos de su alma, sabiendo que todo lo que allí se encontraba era íntimo y que con ello podría dominarla.
Cuando sus labios rozaron su piel, ésta se erizó, esos suaves labios la habían transportado al mismo mundo de sensaciones y placer que antes la habían transportado las manos de él… ¡y su perfume! ¡Jamás su nariz había sentido algo tan exquisito, tan placentero! Era una mezcla de numerosas flores, de miles de fragancias, olía a jazmín, a lavanda, a rosas, a bosque, a azufre, a hierba cortada, a lluvia,…
Dris la tomó de una mano y la llevó a un largo sofá blanco, le sirvió una copa y le sonrió.
—Imagino que estarás un poco decepcionada—le habló, era una voz dulce, casi un susurro que le acariciaba, bebió de la copa para calmar su cuerpo — pero cuando Héctor me habló de lo hermosa que eres…yo también quería probarte y es que lleva semanas hablando de ti. —Dris le acarició el cuello, Sara por un instante cerró los ojos volviendo a dejarse llevar por la suavidad de su piel—No te importara que me una a la fiesta, ¿no?
Como respuesta Sara la besó, introdujo suavemente su lengua buscando la de ella, buscando aquella húmeda cavidad, ¡qué bien sabían sus labios! Instintivamente, rodeó su cintura, la atrajo hacía sí para sentir el roce de sus pechos y llevo una de sus manos a recorrer sus piernas para poder volver a sentir la suavidad de aquella piel.
La tumbó sobre el sofá y comenzó a recorrer su cuerpo desde el cuello, bajando despacio, dejando que su nariz se embriagara con el aroma de su piel, desabrochó la blusa que llevaba para poder ver aquellos pechos que antes había sentido y llenarlos por completo de besos y de mordiscos. Lamió su pezón derecho para que se pusiera duro aprisionándolo con sus labios, jugando en él con su lengua, succionándolo, acarició con su mano derecha su otro pecho, jugando con sus dedos en el pezón mientras lo apretaba.
Siguió bajando por su vientre, dejando que fueran sus manos las que jugaran en sus pechos y su lengua quien saboreara su piel, se dejó llenar por su sabor poseída por el placer, aspiró una y otra vez el aroma que desprendía, intentando retenerlo en su memoria. Rozó con la lengua el clítoris, arrancándole un suspiro de placer, recorrió sus labios, llenaba su boca de los sabores que ofrecía su entrepierna bebiendo sus jugos exquisitos.
Una de sus manos la llevo junto a la boca, le rozaba con dos dedos, jugaba con ellos en su punto de placer, le arrancaba más suspiros…ahora convertidos en jadeos. Se abría camino entre sus labios para poder introducir sus dedos en la preciada y húmeda cavidad, posaba su lengua en el clítoris para lamerlo, presionarlo suavemente con sus labios, morderlo, saborearlo eternamente mientras sus dedos se movían dentro de ella. Primero despacio, circular, buscando su punto álgido, para entrar y salir a un ritmo constante, arrancándole aún más jadeos que llenaban toda la estancia.
Dris posa las manos en su cabeza, para aumentar la presión de su boca, para que no deje de lamerla, para que no deje de saborearla.
Héctor observa la escena mientras acaba un cigarro, se excita viendo la imagen de las dos mujeres amándose, viendo cómo se besan, se acarician, cómo sus pechos se rozan. Se acerca a un aparador y toma algo de un cajón que le entrega a Dris. Se acerca a Sara que la levanta para poder quitarle el tanga y darle el mismo placer que ella le da a Dris.
Le lame desde su clítoris hasta la entrada de su ano, acaricia con sus expertos dedos la entrepierna abriéndose paso entre los labios para introducirlos dentro, mientras su lengua juega en su ano, preparándolo para que pueda recibir su falo erecto.
—¿Disfrutas?
La pregunta de Héctor se pierde en la estancia, sin ser respondida por ninguna de ellas, pero él no se deja abatir por la ignorancia hacia su persona por parte de las dos féminas, por lo que libera su falo y lo restriega por la vulva de Sara hasta la entrada de su ano, donde despacio y ya lubricado, lo introduce poco a poco, sintiendo como los esfínteres de ella se relajan para ser profanados por él.
Sara se deja por un momento de lamer el clítoris de Dris para que pueda escapar de su garganta un nuevo suspiro de placer, mientras siente como Héctor comienza a introducirse en ella. Dris toma el consolador doble que antes le había proporcionado Héctor y se lo introduce, incitando a Sara a tomar la otra parte.
Sara comienza a moverse, dominada por los embistes que Héctor le proporciona y se deja llevar por el placer que le embarga ver lo que Dris disfruta. Llena sus pechos de nuevos besos, busca su boca para acallar sus gemidos, mueve sus dedos en su clítoris y siente las manos de él jugar en sus pechos, mezclándose con la lengua de Dris y trasportándola a un lugar de placer no alcanzado anteriormente.
Nota como las embestidas de él aumentan en ritmo, haciendo que sus dedos también aceleren su movimiento, observa el cuerpo de Dris en esa descarga eléctrica que proporciona el orgasmo para acabar ella también gritando de puro placer.
Héctor sale de dentro de ella, se quita el consolador y besa levemente a Dris.
—¿Te encuentras bien?
La pregunta de Dris viene acompañada por la oscuridad.
***
Poco a poco le llegan unos susurros antes de que sus ojos se abran, se nota encima de algo duro, ¿el suelo quizás?, ¿se ha desmayado? No recuerda haber bebido tanto como para perder la conciencia. Le llega un olor amargo y fuerte…parece…¡¡azufre!!
Sus ojos se abren rápidamente llenos de sorpresa, ve a Héctor ataviado con una túnica negra y moviendo la cabeza puede ver a…¡no! Esa no es Dris, es un demonio de color bermellón, de la sien le salían dos grandes cuernos retorcidos hacía arriba, sus ojos se habían vuelto color amarillo y ahora sí que se le veía la pupila alargada verticalmente. No llevaba ropa, ni siquiera una túnica negra como él, pero su cuerpo estaba lleno de cicatrices, tatuajes y extraños símbolos marcados a fuego.
—¡Dris ya siento que él se acerca!—clamó Héctor.
—Mammón, mi señor, esta criatura superficial, corrompida por el pecado de la avaricia y acariciada por el pecado de la lujuria —hablaba Dris a la nada— te es entregada por este mortal para que le ayudes en sus sueños de ambición, con el alma de ella y la de él cuando llegue el momento…se cierra el trato.
Entonces aquellos ojos llenos de violencia, de ira, que se introducían dentro de los pensamientos de Sara, que le arrebataban toda esperanza, todo atisbo de salvación, que le abrasaban desde esa parte de ella que llamaban algunos alma…llenaban todo.
***
—Tu nuevo nombre será Ëstràel—le dijo su señor posando sus avariciosas manos en sus nalgas— Isdrel te ha enseñado bien, además mandarte junto a mi hermano Asmodeo ha sido buena idea, así también has aprendido de la lujuria y lo podrás usar con los mortales.
—Sí, mi señor— Ëstràel, conocida como mortal por Sara, sabe ser sumisa frente a su señor y acata las órdenes de éste como ha aprendido a base de las más oscuras torturas despejándole de la poca humanidad que le quedaba cuando llegó —¿Si queréis os puedo mostrar todo lo que aprendí con vuestro hermano?
Mammón sonríe complacido frente a ella, sabe que Dris sólo escoge a las mejores entre las mortales y que aquél cuerpo le atraerá todas las almas que ambiciona.
Deja que sea ella quien le quite sus atuendos majestuosos, deja que sea ella misma quien tome su falo ardiente y lo tome entre sus carnosos labios para proporcionarle una suculenta felación, deja que sea ella quien espere a recibir su abrasador semen, pero será él quien la tomará y probará, antes de que la deja marchar a buscar esas almas ambicionadas.
La imagen que ilustra este relato pertenece a Marta Dahlig
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