La cortesana


Los guardias acudieron al grito de Elisse, entraron en el dormitorio abriendo la puerta con un fuerte empujón teniendo sus armas en alto por si algún revolucionario había logrado entrar en la estancia sin que ellos pudieran haberle visto, en los tiempos que corrían, sublevándose el pueblo, ningún hombre de la corte estaba a salvo.
Dentro de la estancia sólo encontraron a Elisse junto al tálamo llorando y cubriéndose a duras penas con una sábana, su señor, el Duque de Dubois, se encontraba tumbado sobre el tálamo, desnudo y sin vida.
—¿Qué ha ocurrido señora?
—No lo se—contestó Elisse limpiándose las lágrimas—estábamos disfrutando en la cama, cuando comenzó ahogarse, y…y…luego…—Elisse comenzó a llorar de nuevo, dejándose caer sobre el frío suelo.
Uno de los guardias se acercó a su señor para cerciorarse de que se encontraba muerto, miró a uno de sus compañeros algo confuso.
—Id a buscar al médico, deprisa.—Se acercó a Elisse y le ayudó a levantarse—Mi señora, vestíos antes de que llegue el médico pero no os mováis de aquí hasta que el médico no nos diga que ha ocurrido.
Elisse miró al guardia y tomó su mano para levantarse.
—¿No pensareis que yo…?
—Señora, hasta que el médico no diga lo contrario, he de pensar que vos le habéis matado.
Elisse tomó sus vestiduras afligida.
—Yo sólo…—comenzó a decir entrecortadamente—sólo le estaba ofreciendo mis favores, como hacemos las cortesanas de la corte, yo no…no lo he matado, ¿cómo podría?...Se ha ahogado, de repente mientras me poseía ha comenzado a…
Comenzó a llorar de nuevo bajo la estricta mirada de los guardias mientras continuaba vistiéndose.
El médico llegó acompañado del guardia, llevaba una capa de abrigo sobre el camisón y en su cara se veía la preocupación por su señor. Se acercó al tálamo mirando con desprecio a la cortesana, únicamente sabía lo que el guardia le había explicado a trompicones pero estaba seguro que ella tenía algo que ver. Examinó a su señor despacio, buscando alguna herida de arma o una punción de un alfiler para inocularle un veneno, no encontró nada, por lo que pasó a olerle la piel, el aliento, le examinó los ojos, inspeccionó la sala buscando copas…nada, no encontró nada que pudiera indicarle que su señor había sido envenenado por la cortesana.
—¿Y decís señora, que simplemente se ahogaba?—le preguntó con desdén.
—Sí, mi señor—contestó ella sin levantar la vista—comenzaba a…a…—Elisse se ruborizó—a penetrarme, señor, cuando comenzó a faltarle el aire y se desplomó sobre la cama.
—Ya veo—el médico se atusó la barba—no parece que le hayáis envenenado…
—¿Cómo podéis pensar que yo?
—¡Calla mujer! Aún no he acabado—carraspeó—Cómo decía no parece que le hayáis envenenado puesto que no hay indicios de ello en todo su cuerpo o en la estancia y por lo que decís, creo que simplemente su corazón ha dejado de latir, de ahí el ahogo. El Duque era un hombre mayor que no dejaba de lado sus vicios y sobre todo el poder yacer con una joven tan hermosa como esta cortesana.
El médico, recogió sus cosas, dio instrucciones a los guardias para que avisaran a los criados y que vistieran a su señor y miró de nuevo a Elisse. Se acercó a ella, pasó su vieja mano por su rostro joven y le susurró al oído.
—Yo no soy tan viejo y además, guardo unas raíces orientales que me dan vigor, venid mañana a mi dormitorio y podremos disfrutar de una gran velada.
Elisse le sonrió ruborizada y le dio un casto beso en una mejilla para cerrar el pacto.
Se echó su capa de terciopelo púrpura sobre el cuerpo y tapó su rostro con la capucha, siguió a uno de los guardias que la acompañó hasta el coche de caballos que la llevaría de vuelta a su casa. Ella subió despacio, afligida por los acontecimientos, dentro le dijo al conductor donde llevarla, miró el palacio por última vez, sabía que no regresaría nunca a él y sonrió satisfecha, había cumplido su venganza.
Por el camino recordó como el Duque había matado a toda su familia, pudo volver a ver desde la lejanía que daba la memoria su casa incendiada, los gritos de su madre mientras la violaban bajo la mirada vacía de su padre muerto. Pudo sentir de nuevo las manos presurosas de su padre subiéndola al caballo más veloz que poseía, cuando observó la nube de polvo que el Duque y sus hombres levantaban acercándose, las lágrimas de su madre despidiéndose de ella y diciéndole todo lo que la amaba. Volvió a sentir la piel sudada del caballo, su corazón acelerarse en el galope, los gritos que venían de su espalda y las lágrimas que quemaban sus jóvenes mejillas.
Vagó, vagó durante mucho tiempo sola, desfalleciendo de hambre y de pena, hasta que la vieja meretriz la acogió en su casa. Al principio no hablaba, acometía las órdenes que se le daba para poder comer y veía como los hombres iban y venían de aquella casa donde las mujeres le daban órdenes, abrazos y consejos.
Recordó como la meretriz la acunó innumerables noches de llanto y como se armó de valor para contarle su triste historia, que quería justicia y venganza para su familia.
La meretriz la observaba callada, el pequeño cuerpo que había acogido en su casa se había convertido en un preciado tesoro por el que los hombres estaban dispuestos a pagar grandes sumas de monedas y disfrutar del joven cuerpo que veían limpiando por la casa. Poseía una gran belleza, los hombres serían capaces de dejarse hipnotizar por sus ojos almendrados color esmeralda , llenarían sus labios de color fuego de apasionados besos, se perderían en la redondez de sus pechos, en las curvas sinuosas de su cuerpo, aspirarían el dulce aroma que desprendía, acariciarían su largo cabello rubio, lo enredarían en sus dedos y observarían embelesados como lo soltaba sobre su suave espalda, dejándose llevar por el brillo que robaba a la tenue luz de las velas en los dormitorios donde la poseerían extasiados, por el dulce sonido de sus jadeos, que los atraparía aún más que sus piernas.
La vieja meretriz le enseñó a dominar el arte del sexo, enseñándole como hacer enloquecer a un hombre o como tenerlo a su merced, sólo por el hecho de querer introducirse entre sus piernas. Contrató a los mejores maestros para que la instruyeran en el arte de escribir, de leer, de la dialéctica, que le enseñaran sobre literatura, arte, poesía, política…la estaba convirtiendo en la mejor cortesana que el mundo pudiera conocer.
Recordó cómo pudo entrar en el Palacio Real gracias a los contactos de la vieja meretriz, cómo era escuchada por la corte, cómo el rey le pedía consejo sobre política o como los nobles conspiraban contra él, el pueblo se sublevaba por hambre y la corte se desmoronaba.
Recordó como el viejo consejero del rey, el Duque de Dubois, se había acercado a ella tiempo atrás, cautivado por su belleza, embelesado por la dulzura de su voz, lo que envidiaba al rey por poder poseerla todas la noches siendo objeto de los celos de la reina y del resto de las cortesanas.
Recordó como aquella noche le había recogido el mismo coche de caballos en el que se encontraba, cuando salía de la fastuosa fiesta real. Cómo había sido llevada hasta el palacio del Duque, cómo había sido recibida en el gran salón por él, cómo había ensalzado su belleza, su inteligencia y lo mucho que le había cautivado desde que la oyera recitar poesía.
Se dejó guiar hasta los aposentos privados, llenos de grandes cuadros sensuales, de aromas orientales y sábanas de seda.
El Duque la miraba embelesado mientras ella se despojaba de sus ropajes, despacio deshace las ataduras de su vestido, dejándolo caer al suelo. Se quita las medias con delicadeza, posando su pie en la pierna del Duque, éste le acaricia con deseo, levantándose la toma y la echa en la cama.
Llena su boca de lujuriosos besos, arranca cómo puede el corsé que tiene atrapados los pechos que él quiere lamer, morder, saborear, sentir como se endurecen sus pezones bajo su lengua. Recorre con placer su vientre y toma entre sus labios ese botón que sabe que le da placer a las mujeres, lo lame y juega con él arrancándole a ella grandes jadeos, grandes suspiros y sabe, por sus jugos, que disfruta.
Ahora es ella quien toma el control, quien recorre sus piernas con la lengua para llegar a sus genitales que lame despacio, recorriéndolos hasta introducirse su pene en la boca y comenzar a sacarlo y meterlo despacio sabiendo que hace enloquecer a los hombres.
Cuando intuye que el Duque está a punto de llegar al orgasmo, se sube sobre él y se introduce su pene.

—Sois una criatura bellísima—le dijo depositando un beso en uno de sus glúteos—nunca pensé que fuera posible tanto placer.
Ella se giró para sonreírle y depositarle un suave beso en los labios.
—Mi señor, fui educada por la mejor meretriz, me enseñó muchos secretos para que los hombres disfrutaran.
—Os enseñó bien, señora.
—Aunque no fue en lo único que me instruyo—dijo levantándose del tálamo—hizo que me enseñaran todas las artes y otra más…útil para una mujer que se mueve por venganza.
—¿A qué os referís?—el duque se incorporó para observarla mientras se acercaba a una de las sillas
—¿Recordáis a un labrador que vivía en vuestras tierras?
—Hay muchos.
—Sí, pero este era libre y poseía un trozo de tierra que vos codiciabais por la caza, era un trozo de tierra extenso de bosque salvaje, lleno de ciervos, jabalíes y aves…
—Me…me ahogo…¿qué me ocurre?
—¡Ah! Veo que comienza a hacer su efecto—miró al duque sentándose tranquila—cómo os he dicho antes, le meretriz me instruyo en otra artes, la del veneno. Me enseñó cuales eran más mortales, cuales no se detectaban por su olor, y por supuesto, sus antídotos…cómo este.
Le mostró un pequeño frasco que contenía un líquido de color ámbar.
—Me…me habéis…envenenado…¿cómo?...aaaa…¿no he tomado nada?
—Sí, mis besos—le dijo sonriendo—y no deberíais hablar o no podré contaros quien soy, el veneno actúa rápido. Os hablaba del labrador poseedor de la tierra que codiciabais, llegasteis con numerosos hombres para matar a un pobre labrador al que no dejasteis ni que se defendiera, le matasteis por la espalda como el cobarde que sois. Violasteis a su mujer, vos y vuestros hombres, haciendo que muriera de los dolores y la vergüenza, quemasteis su casa para hacer que el crimen despareciera.
Y sí, habéis tomado mis besos, no me miréis así, el carmín que llevo está mezclado con un poderoso veneno que lo único que hará será mataros, pareciendo que vuestro viejo corazón ha fallado y podré salir impune, cuando vuestro cuerpo expulse su último aliento, comenzaré a gritar para que los guardias me oigan y vengan a ver cómo habéis muerto mientras me poseíais.
—…¿Por…por…?
—Os he dicho que no hablarais, sois tozudo mi señor—ella se acercó a él mientras tomaba el antídoto—¿queréis saber por qué? Porque ese labrador del que hablábamos era mi padre, porque me despojasteis de mi familia hace quince años y desde entonces, únicamente he soñado con este momento, el momento de vuestra muerte, el momento en que vengaría a mi familia y le daría la justicia que merece.
Se quedó mirando como el duque moría, llena de satisfacción y cuando comprobó que su cuerpo había expirado su último aliento, comenzó a gritar.