el dominico

Intentaba que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, intentaba moverse lo que le permitían los grilletes, sus oídos captaban los lamentos de otros reos y el caminar del guardia. Intentaba recordar qué habían dicho, por qué había sido detenida, en su mente se agolparon las imágenes…

La puerta abriéndose bruscamente, un oficial gritando su nombre, varios de ellos entrando tirando todo lo que había a su paso, la olla con la comida que estaba haciendo caer al fuego tras ella, el gentío arremolinándose fuera de su casa tratando de saber que pasaba, un puño golpeándole la cara, notando su cuerpo caer sobre el frío suelo, una patada en su estómago, otra en el pecho, la espalda, la cara, ver al dominico sonreír… ¿qué dijo?

Notaba como era levantada del suelo por dos soldados, uno de ellos la escupió, el otro la miró con lascivia, el clérigo se acercó sin dejar de sonreír, se acercó a su oído.

-Te dije que te haría pagar tu pecado- le lamió el lóbulo haciéndola retroceder de repulsión y trayendo a su memoria una voz que creía olvidada-¡¡Berenice de Lampodier, la Santa Inquisición te acusa de brujería!!

La sacaron de su casa bajo el griterío de sus vecinos.

-¡¡Bruja!!

-¡¡Quemarla!!

-¡¡Que arda en el fuego!!

Comenzaron a lanzar objetos, verduras, piedras, una de ellas le alcanzó en la frente e hizo que se desmayara.

La Inquisición…estaba perdida, nadie que hubiera sido acusado de brujería se había salvado, ese maldito fraile, lo maldijo para sus adentros, ¿cuánto tiempo había pasado desde aquellos días?, ¿qué no haría ahora que era inquisidor?, ¿acaso no la había torturado bastante?, ¿acaso no había conseguido de ella lo suficiente?, ¿qué pretendía ahora?

No tenía con que luchar, estaba indefensa ante él, ya había echo que perdiera todo cuanto tenía, desde sus tierras, sus palacios, sus posesiones, su lugar en la corte dejándola como una simple campesina haciendo que se buscara el llevarse algo a la boca…haciéndole trabajar como una más del pueblo…¡¡A ella!! ¡¡A Berenice de Lampodier!! ¡¡Cómo se atrevía!!

Ese maldito hizo que su marido se suicidara intentando huir de él y dejándola indefensa pero que importaba en esos oscuros tiempos una mujer...

-No somos más que objetos.

Se dijo para sí, vio una sombra que se paraba junto a su celda.

-¿Llamas a tu señor el diablo, bruja?-el guardián escupió sus palabras llenas de ira, odio y repulsión-Aquí el diablo no tiene cabida puta, estás en el Palacio de la Santa Inquisición, sólo hay cabida para la misericordia de Dios, tu señor oscuro no te ayudará aquí dentro.

Oyó como se abría la puerta y vio como aquella sombra se acercaba a ella imponente, le propinó una patada en la cara, la siguiente la sintió en su entrepierna, la cogió por los cabellos levantándola del suelo, los grilletes mantenían sus brazos por detrás de su cuerpo y notaba como comenzaban a sangrar sus muñecas, recibió un puñetazo en el estómago pero su torturador no dejó que cayera y siguió golpeándola.

-¿Misericordia de Dios?-susurró

-¿Aún imploras al diablo puta?

La lanzó a la pared donde siguió golpeándola al amparo de la oscuridad y del silencio de los demás reos.

El dominico se sirvió una copa de vino, la mejor botella que había en la bodega, tenía que celebrar su triunfo sobre esa puta, era una bruja, una pecadora, una mujer pensó con desprecio. Bebió acercándose a la ventana, la pequeña ciudad se movía bajo su altiva mirada, se asqueó ante la visión de dos judíos y un moro que paseaban.

-¡Herejes!- escupió.

Un soldado llamó a su estancia.

-¿Qué queréis que se haga con la…?-sopesó como tenía que llamar a la nueva presa

-¿Os referís a la bruja?, ¿a esa endemoniada pecadora?

El soldado afirmó con un leve movimiento de cabeza, el clérigo sopesó que hacer con ella, después de tanto tiempo buscándola no había pensado realmente que quería hacerle… pero daba igual, la tenía bajo su poder y ahora era inquisidor, no un simple fraile como le había conocido hace un tiempo, ahora tenía mucho más poder del que ella podía imaginar, mucho más que la primera vez que la vio…aquella mujer de largos cabellos rojizos, joven, voluptuosa… aquella bruja que le había hecho caer en la debilidad del deseo.

El soldado tosió sacándole de sus pensamientos.

-Por ahora y hasta mi orden, en los calabozos podéis hacer cuanto os plazca con ella, oficial-le observó sonreír con lujuria y recordó como había posado sus ojos en aquellos turgentes pechos cuando fueron a detenerla- lo único que os prohíbo es que pierda la vida, si la pierde…- sopesó la mirada del oficial-pagareis con la vuestra.

Una vez se hubo marchado el oficial se recostó en su silla y recordó a Berenice, recordó la primera vez que la vio.

Se encontraba en la pequeña iglesia, sólo era el fraile en el que el inquisidor general empezaba apoyarse, éste veía pronta su muerte a manos de sus enemigos y en el joven fraile veía la fe en la palabra de Dios, la lealtad hacía su persona y una rabia y un odio hacía los enemigos de la cruz, ya fueran sarracenos, judíos, herejes, adúlteros o mujeres.

El dominico le estaba dando instrucciones al párroco de aquella iglesia de parte del inquisidor general cuando ella entró del brazo de su marido.

La poca luz que entraba en la iglesia se reflejaba en su cabello, en los ojos grises que traspasaron su alma, sus caderas movían suavemente el aire de su alrededor, su cintura era fina como labrada por los ángeles, su cuello largo, blanco…suave para recorrerlo con la lengua y llegar a esos pechos firmes, blancos, voluptuosos, a los que se ceñían sus ropas perfilando unos pezones pequeños, erectos que pedían ser besados, lamidos, mordidos…

El fraile sintió como su cuerpo despertaba ante el deseo carnal, dándose la vuelta le pidió ayuda al santo que le miraba con desaprobación desde el altar mayor; su marido se dirigió al párroco, la volvió a mirar, estaba sonriendo… ¡aquella sonrisa le hizo estremecer de placer carnal!

Durante la homilía no podía dejar de mirarla, sus ojos grises le habían hechizado, su boca se mostraba del color de los corales, carnosa, suave, la veía susurrarle bonitas palabras al oído mientras acariciaba su cuello por el que podría llegar hasta sus pechos para poder acariciarlos, recorrerlos despacio, dibujar una y otra vez leves caricias en ellos, besarlos suavemente, lamerlos sintiendo el sabor de aquel joven cuerpo, aquella cintura le llamaba, aquellas caderas incitaban a su cuerpo a poseerlas, se veía sobre ella, la oía jadear junto a su oído, la oía pedirle más, decirle que le necesitaba, veía como arqueaba su espalda cuando llegaba al orgasmo, como le besaba tiernamente, como le pedía más.

Su cuerpo volvía a estremecerse de placer, volvía a sucumbir bajo el deseo…aquella mujer debía ser suya, pasando a convertirse para él en su obsesión.

Primero lo averiguó todo de su marido. Un noble venido a menos por culpa de las guerras donde había perdido parte de sus arcas, ya hubiera sido jugándose el dinero en apuestas o procurando ir a la batalla como su condición lo exigía. Había perdido también parte de sus tierras malvendiéndolas a otros nobles y en las pocas que le quedaban solo había ancianos o niños que no podían trabajar la tierra, los jóvenes habían huido a las grandes urbes buscando la libertad que allí se prometía. Debía dinero a muchos y comenzaba a buscar remedio en el fondo de una botella, en tabernas de mala reputación, junto a gentes que sólo con mirarles ya te retaban con la espada, junto a mujeres de sonrisa pícara y mano rápida.

El clérigo indagaba sobre la deuda del noble, amenazaba con acusar de herejes a cuantos no le satisfacían en lo que él buscaba, compraba cuanto podía para arruinar al noble, pagaba a los campesinos que aún estaban en las tierras para que quemaran los campos y arruinarlo. En poco tiempo se convirtió en el único acreedor de la deuda.

Averiguó que el caballero se había casado con Berenice por la dote que le proporcionaba la familia, supo que no la amaba y la despreciaba como mujer, esposa y amante. Estando borracho se jactaba una y otra vez de las vejaciones a las que sometía a Berenice.

-La otra noche- relataba entre risas y efluvios del alcohol- la monté como si fuera mi caballo, agarré a la puta de mi esposa por sus cabellos rojizos y se la metí hasta al fondo- se reía- me suplicó que la dejara, ja ja ja, que le hacía daño ¡¡pero ella es de mi propiedad!! Y así se lo hice saber.

El clérigo oía esas palabras desde el fondo de la tasca, oculto a las miradas y odiando al noble por poder poseer a aquella mujer y no ser él quien agarrara sus cabellos o sus pechos.

Sin que ninguno lo supiera se fue acercando a ellos, el marido sabiendo de la posición de él, le abrió las puertas de su castillo intentando ganarse el favor del inquisidor general puesto que esa amistad le podría proporcionar beneficios. Ella siempre se mantenía al margen en sus visitas, por detrás de ellos bordando o leyendo, como bien se esperaba de una mujer, siempre en silencio y si veía que hablaban de política o temas de los que una mujer no debía saber, se retiraba para dejarlos solos.

El fraile cambiaba varias veces la conversación para que ella se quedara y una noche le pidió que les acompañara en la charla.

-¿Qué puede proporcionar una mujer a nuestra conversación?

Dijo el caballero mirando con desprecio a su esposa que con la cabeza gacha ya se retiraba.

-Sólo belleza, ¿qué más se les puede pedir?- le contestó sonriendo- Por favor, acercaos y contarnos lo que estabais leyendo.

Aquella voz le embriagó, era dulce, aterciopelada, le envolvía, le transportaba a un lugar idílico, se la imaginaba una y otra vez susurrándole al oído que le necesitaba, que no podía estar sin él, que por las noches se lo imaginaba a él poseyéndola… el clérigo ardía de deseo. Durante la conversación, ella sólo miraba al suelo, en ningún momento se atrevió a mirarlos a la cara, ya fuera por respeto o por miedo y cuando finalizó de contar su lectura, se levantó para retirarse mirando al fraile a los ojos donde esté creyó ver que le llamaba, le pedía que aquella noche entrara en su alcoba para poseerla, que también le deseaba.

-Buenas noches mujer- espetó con desprecio el esposo sacando de su deseo al invitado.

Perdieron las últimas tierras que les quedaban, ahora sólo poseían el castillo y una gran deuda con el fraile con el cual fue ha hablar el marido en privado para ver si de alguna manera podía pagarle suplicándole clemencia, puesto que sabía que el fraile podría acusarle de tacañería y mandarlo a prisión.

-Hay una forma en la que me puedes pagar- le dijo tranquilamente mientras se acomodaba en su silla- pero no creo que te interese.

-Decirme lo que sea…estoy desesperado

El dominico sopesó su propuesta, era el momento que tanto había ansiado.

-Me interesa una de vuestras posesiones más preciadas- le miró a los ojos escrutando el semblante del caballero que parecía sorprendido- me gustaría convertir en mi…cortesana a vuestra esposa y así os haré libre de vuestra deuda.

-¡¡Jamás, es lo único que me pertenece!! ¡¡ Es lo único que me queda de mi condición de noble!!- dijo el caballero levantándose con violencia, tirando la silla hacía atrás- Antes prefiero morir

-Pues entonces…que así sea.

El fraile por medio de uno de sus esclavos pagó a unos mercenarios para que mataran al noble.

-Mi señor- les dijo el esclavo- sólo os pide que parezca que el noble se mató.

Aquella noche encontraron al noble ahorcado en los establos, una de las esclavas que aún quedaban en el castillo le dio la triste noticia a Berenice que rompió a llorar. Sabía de la cuantiosa deuda por haberla leído en los libros, sumado los pocos ingresos y restado todo lo que debían, puesto que su padre le había dado una educación que no estaba al alcance de las mujeres

-Cómo te irás de mi casa- recordó las palabras de su padre- cuando te cases, quiero que me escribas y me cuentes lo feliz que eres, hija mía.

Berenice sabía de sobra que estaba en la ruina.

-¿Qué será de mí ahora?- dijo entre sollozos

-Señora vuestro padre o vuestros hermanos…

-No, mi padre murió hace un mes- miró a la esclava con tristeza- recibí la noticia esta mañana y mis hermanos están en la guerra que se ha producido en tierras de Oriente, no tengo nada, no tengo dinero por culpa de un mal esposo que prefería gastarlo en otras mujeres y el alcohol, no tengo tierras… nada.

Berenice lloró sin consuelo, la esclava mirada aturdida a su ama sin poder ayudarla o consolarla ¿y qué podía hacer ella?, la esclava sólo pensó en huir de allí.

Berenice se quedó sola con el labriego que se ocupa de los caballos, buscó entre las amistades de su marido para que la ayudaran pero la despreciaron como una mujer que era. Se sentía perdida, confusa y dejada de la mano de Dios, ¿cómo podía permitir ese Dios que ella se arrastrara?

Un día el labriego le comentó que debía irse.

-El hermano de mi mujer tiene un taller en la ciudad- le dijo conmovido por las lágrimas de ella- ha dicho que me dará trabajo y…me pagará, he de mantener a mi familia… debéis comprenderme, mi señora

Le dijo mientras cerraba la puerta del salón sin mirarla, Berenice lloraba desconsolada, entonces llamó el dominico a la puerta del salón.

-Entrar- dijo casi en un leve susurro

-Berenice, en cuanto he oído la noticia he venido a veros- le dijo el fraile acercándose a ella y tomándola por la cintura para levantarla del suelo- mis criados me lo han dicho esta mañana,¡qué disgusto al oírlo!, lo han oído en el mercado- mintió-¿cómo ha podido hacer esto vuestro marido?.No os preocupéis de nada, yo mismo me encargaré que no os falte de nada, ahora mismo mandó al criado que está esperándome en la puerta para que traiga a una de las doncellas que trabajan para mí y os sirva a vos.

Berenice lo miró agradecida, él en aquella mirada volvió a ver el deseo, volvió a verla diciéndole que le deseaba, que no quería doncellas, si no que le quería a él en su alcoba.

Él besó una de sus manos, ¡qué suave era esa piel!

-Dejar de llorar, mi señora, os lo ruego

-Fraile os necesito- la veía decir en su deseo- necesito de vuestras caricias, de vuestros besos, necesito sentiros dentro de mí…fraile os deseo

El joven fraile depositó un casto besó en una de las suaves mejillas de Berenice que está agradeció con una lágrimas.

-Mi señora, yo os cuidaré

El fraile realmente quería cuidarle pero ¿a cambio que pretendía? Bien sabía él que no podía tenerla como cortesana, si el inquisidor general se enterara…le cortaría la cabeza por pecador, ¿entonces que podía hacer? Tenía a aquella dulce criatura bajo su merced como él había soñado, ahora podía hacer lo que quisiera, podía pedirle lo que él quisiera ya que ella estaba sola y no podía auxiliarla nadie, él ya se había encargado de ella.

-Fraile, no quiero telas- volvió a oír la voz melosa de ella- no quiero oro, ni quiero doncellas, lo único que ansío son vuestros besos, vuestras caricias…quiero vuestro cuerpo sobre el mío.

En el fraile crecía el deseo pero ahora que era el momento le podía la cordura… ¿no era eso lo que él había deseado?, ¿no había echo lo imposible por hacer desaparecer al marido?, ¿no había alejado a todos del lado de aquella desprotegida criatura?, ¿no había pagado para que envenenaran a su padre o mandaran a la guerra a sus hermanos?

-Fraile- de nuevo aquella voz de ella llena de deseo- os necesito, necesito que vuestra boca beba de la mía, necesito que vuestras manos acarician mi cuerpo, ¿no deseáis estos pechos?

El fraile ya ardía de deseo y se debatía en él, ¿acaso no era ella quién lo estaba encendiendo?

La besó, la besó con encendido deseo, ella se zafo de él.

-¿Qué estáis haciendo?- le dijo irritada

-Berenice os deseo, sed mía y no os faltará de nada

-¡Marchaos ahora mismo!, ¡no quiero volver a veros!- le dijo empujándole lejos de ella

-Berenice os deseo, os he deseado desde el momento en que os vi

-Yo también os amo, mi señor- aquella voz melosa volvió a dirigirse al dominico que ya era presa del deseo- tomarme

El fraile se abalanzó sobre ella, acorralándola en una mesa y la volvió a besar, ella gritaba, le arañaba, intentaba quitárselo de encima pero recibió una bofetada en la cara y él junto sus manos por la espalda dejándola indefensa

El monje siguió besándola, en la boca, en la cara llena de lágrimas, el cuello que tantas veces había soñado recorrer, ese cuello suave que le llevó hasta los pechos que miró con lujuria, violentamente le arrancó parte del vestido para poder lamerlos, ¡qué sabor tenían!, sus pezones pequeños, redondeados y rosados comenzaron a endurecerse a medida que él los colmaba de caricias con su lengua, los succionaba, los lamía, los chupaba con ansia

-Por favor- le suplicaba Berenice- dejadme

Él siguió lamiendo sus pechos, recorriéndolos como tantas veces había echo en sus sueños, los tomó con su mano, los estrechó, los volvió a besar

-He esperado tanto para esto- le dijo mirándola pero sin apartar su mano de sus pechos- he esperado tanto porque seáis mía y hoy me habéis dicho que también me deseabais

-Por favor-le volvió a suplicar- no os he dicho nada, dejarme y os juró que no le diré nada a nadie

-¡¡¿Qué no me habéis dicho que me deseabais?!!- aquellas palabras hicieron enloquecer al fraile- ¿Acaso cuando os he ayudado a levantaros no me habéis dicho que me deseáis?- la miró enloquecido, le asestó varias bofetadas que dejaron semiinconsciente a Berenice- ¡¡¡¡No sois más que una puta que me hace enloquecer!!!!- le arrancó lo que le quedaba de vestido mientras le gritaba y dejaba a Berenice desnuda ante sus ojos inyectados en locura y deseo-¡¡¡ Os trataré como la puta que sois!!!!

Volvió a besarla los pechos, a recorrerlos con su lengua, se llenaba la boca con ellos, sus manos los apretaban con fuerza haciéndola gritar y descubrió que eso le excitaba. Una de sus manos bajó a la entrepierna de ella, acarició sus labios entreabriéndolos, buscando el botón que haría que ella se excitara y entrara en razón.

Berenice lloraba sin fuerzas, le pedía sin consuelo que la dejara en paz, pero el dominico estaba ciego de deseo. Sintió dolor cuando él le introdujo uno de sus dedos en la vagina y cuando lo movió dentro con fricción.

-Puta se que esto es lo que querías, siempre me lo habéis dicho, siempre me lo habéis susurrado

Ella ya no hablaba, el dolor solo le hacía gritar.

El dominico le introdujo tres dedos más, seguía chupando con fuerza sus pechos, le lamía y mordía sus orejas, introducía su lengua en la boca, acariciaba con la otra mano todo su cuerpo.

-Ahora te voy a dar lo que querías, bruja.

El dominico le abrió las piernas y el introdujo su pene en una sola embestida que la hizo gritar de desesperación y dolor, él se movía con rapidez, haciendo que ella se retorciera de dolor.

-¿Os gusta?- le dijo mordiendo en su cuello

Las embestidas de él se aceleraban, se afanaba en morderle los pechos con fuerza haciéndola gritar de dolor y aumentando su excitación. Aceleró aún más las embestidas hasta que consiguió la culminación de aquel acto.

Cayó sobre ella sin fuerzas, jadeando por el orgasmo y cuando se hubo recuperado un poco se quitó de su lado.

-Sois una bruja- dijo en un susurro, volviendo la cordura a él- si no ¿cómo he caído en el deseo de la carne si no es por brujería?

La miró lleno de odio, de furia y comenzó de nuevo a abofetearla, magulló su joven cuerpo que comenzó a tiznarse de morado

-¡¡¡BRUJA!!! ¡¡Eso es lo que sois!!

Y a medida que la insultaba y la abofeteaba, sintió que su pene volvía a ponerse erecto, el deseo volvía a introducirse en él, la locura le volvía a nublar el juicio

-¿Queréis que os vuelva a poseer?- le gritaba- ¿por eso me habéis embrujado?

Berenice no podía ni moverse ni responderle, el dolor se hacía mella en su cuerpo, un dolor que empezaba a traspasarle el alma cuando sintió como el fraile la tumbaba boca abajo en la mesa, apretando su cara sobre ella y comenzaba acercar su pene a sus nalgas.

-¡¡Esto es lo que queréis bruja!!

Le gritó introduciendo su pene en su ano, un dolor intenso atravesó el cuerpo de Berenice que gritó hasta quedarse sin aliento. Con cada embestida él la insultaba y con cada embestida algo en ella moría poco a poco.

Durante el juicio no había dejado de mirar al dominico que repetidas veces y con fuerza le había violado, recordó como huyó de su castillo, de su casa, tras aquel aberrante episodio. Recordó como se tenía que buscar después un mendrugo de pan para llevarse a la boca mendigando en las ciudades o trabajando la tierra como una campesina.

Le odiaba.

-Berenice, se os condena a la hoguera por bruja

Esa era la sentencia que la condenaba.

Mientras era conducida al patíbulo, la gente la insultaba, ella se mostraba con la cabeza gacha ya no tenía la altivez de la nobleza a la que había pertenecido, buscó con la mirada al fraile que la había condenado, que la había arrebatado su vida, que la había violado, para poder odiarlo.

Cuando las llamas acariciaban su cuerpo, la pupila de sus ojos se estrechó, el iris se volvió amarillo y tomó todo el ojo, le empezó a crecer una cola con la punta triangular, su piel se tornó de color rojizo, en sus encías crecieron colmillos y desatándose del mástil, le crecieron alas demoníacas.

-¡¡Tú, mortal!!- le gritó al dominico- ¡¡tu sitio es en el infierno con los demonios!!


Y entre una nube de amarillo azufre, dominico y súcubo desaparecieron.




Creative Commons License
el dominico by milady de winter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.


No hay comentarios: