Pecados capitales. Ira


Las manos subían despacio por sus muslos, acariciando cada centímetro de aquella suave y tersa piel, los dedos se deslizaban juguetones arriba y abajo, tomándose tiempo para llegar a su sexo, haciendo que se impacientara y que la excitación aumentara.
La lengua, tras luchar ferozmente en su boca, busca refugio en el cuello, deslizándose despacio para saborear aquél manjar que se le ofrece y acercándose con deseo a sus pechos, los lame con premura llegando a los rosados pezones que se encuentran ya duros, los toma con sus labios, los succiona, los mordisquea levemente y los roza con la punta de su lengua.
Las manos vuelven a deslizarse por la parte interna de los muslos, dejando atrás las medias que sujeta con un liguero, hábilmente aparta el tanga y acaricia los labios mayores despacio, dejando que sean ellos los que se abran a las caricias y dejen aparecer el preciado tesoro.
Rebecca se deja llevar por el deseo, se deja llevar por una lujuria inusual en ella, no hace caso de la voz de la razón, esa voz que hace un momento le decía que estaba casada y que era todo para Fermín, esa voz que ha sido reemplazada por la voz de la venganza y de la lujuria que una y otra vez le dicen que debe vengarse de la imagen que había visto en esos baños hediondos de la Estación Central, esa voz que una y otra vez le dice que es la mejor forma de vengarse de su “amado y fiel” marido, esa voz que no para de decirle que acostándose con Alexander es la mejor forma de joder a su “amado y fiel” marido.
La voz de la venganza y de la lujuria se han adueñado de ella, no ve la cámara web que está grabando su venganza, sólo siente las manos de él, sólo siente sus besos, sólo siento como recorre su cuerpo, sólo siente como la llena de placer, sólo siente como su cuerpo responde a las caricias de forma inusual, dejándose llevar por la venganza.

Aquella mañana tenía que ir a recoger al bufete unos papeles para terminar el proyecto del Señor González si lo quería terminar ese mismo día, puesto que llevaba meses con él, le había hecho discutir muchas noches, muchos días y muchos fines de semana con Fermín, pues no entendía lo importante que era y que con ese trabajo le podrían ascender al puesto que llevaba años deseando, prácticamente desde que estaba estudiando en la facultad, es más, había pedido trabajo en la empresa sólo para poder conseguir ese puesto, era su sueño y no iba a ser su “amado y fiel” marido quien lo arruinara.
Sopesó la forma más rápida de ir a buscar los papeles, pensó en su joven secretaría pero en seguida la descartó, era inepta para esas cosas, seguramente se perdería en buscar el bufete o una vez dentro del edificio se perdería buscando el despacho o perdería el tiempo insinuándose a todo lo que llevara pantalones y viera que tenía dinero…de todas formas no quería dejarle algo tan importante, nadie debía arruinarle el trabajo y su sueño y menos una niñata de veintitantos años. No, su secretaría no iría, debía ir ella.
Pensó en coger el coche o llamar a un taxi, pero aquella ciudad era un caos respecto al tráfico, siempre había atascos largos, gente que aparcaba en doble fila o los semáforos tardaban demasiado en cambiar de color y ella tenía prisa.
Optó por el metro, era rápido, eran solo una parada, la Estación Central y una de las salidas daba directamente al edificio del bufete. Sí, el metro era la mejor opción.

Tomó su abrigo y su bolso, apagó su ordenador y le dejó unas instrucciones a la inepta de su secretaria.
-¿Dónde vas?
Le dedicó una sonrisa a Alexander, uno de los directivos de la empresa.
-Voy a buscar los papeles del Sr. González para acabar el trabajo
-¿Por qué no mandas a Sara?
Miró a través de la mampara de cristal a su secretaria que volvía a insinuarse a Héctor, el joven y prometedor abogado de la empresa.
-¿En serio crees que dejaría algo tan importante en sus manos?
Alexander también la observó y luego le dedicó una sonrisa a Rebecca.
-Te entiendo- se pasó una de sus manos por su pelo moreno y se colocó la corbata-¿te apetece que comamos cuando vuelvas?
-Vale- miró su reloj- te daré un toque al móvil cuando esté llegando
-Te llevaré a un sitio nuevo que descubrí la otra noche con…
-Perdona que te corte pero si no me voy llegaré tarde
Y diciéndole adiós con la mano se fue. No tenía ningún interés en saber el nombre de su última conquista, Fermín tenía razón cuando decía que Alexander era un soltero empedernido y que sólo buscaba poder acostarse con todas las mujeres que se le fueran poniendo a tiro, de hecho sabía que esa era la causa de que a Fermín no le agradara, o era eso o era que Alexander llevaba un tiempo insinuándose a ella.
-Puedo conseguir que te den el ascenso-le solía decir cuando estaban reunidos o trabajando los dos a solas en algún proyecto-sólo se mía.
Ella no hacía más que reírse de esas insinuaciones que siempre tomaba a broma.
No espero mucho en el metro, el tren llegó tres minutos después de que ella llegara. Se subió rápida, observó el vagón para buscar un asiento que no existía y se quedó cerca de la puerta para ser la primera en salir.
Mientras el metro comenzaba su andar se fijo en la gente del vagón, mujeres mayores con bolsas de la compra del Mercado de Abastos, adolescentes que seguramente estarían haciendo novillos, parejas que se miraban con complicidad, personas que iban o venían de trabajar, gente que daba cabezadas intentando no dormirse…unos ojos, duros, fríos y de color miel le atraparon.
Pertenecían a una joven que no tendría más de 16 años, atractiva, delgada, totalmente desarrollada como se podía ver bajo el uniforme azul que llevaba y de lo que la mitad de los hombres que se encontraban en el vagón se habían percatado por la forma en que se la comían con los ojos, a su lado había un hombre mayor.
Tenía una de sus manos sobre la rodilla de la joven, que apretaba levemente y subía y bajaba despacio por la pierna, comenzaba a subir por el muslo, subiendo también la falda de tablas y dejando ver por algún instante unas braguitas blancas con un dibujo infantil. Al muchacho que se encontraba frente a ellos se le veía acalorado y por como colocaba sobre sus piernas la cartera, era posible que tuviera una erección.
Rebecca desvió la mirada y pensó que sería uno de esos viejos de los que había oído hablar, esos que les gustaba meter mano a las jovencitas en el metro aprovechando la multitud y la ingenuidad e inocencia de ellas. No le dio mucha más importancia, además tampoco era asunto suyo, tenía cosas más importantes en las que pensar y comenzó a repasar mentalmente el proyecto del Sr. González.
Miró su reloj mientras se apeaba en la Estación Central, le daba tiempo a ir a retocarse al baño y echarse un poco del perfume que siempre llevaba en el bolso, no quería llegar oliendo a sudor o algún olor inclasificable que se le hubiera podido pegar del vagón y por supuesto quería dar una imagen impecable, no sabía si sería el propio Sr. González quien le daría los papeles.
Pasó junto al Kiosco de la música, se fijó que la cafetería de al lado tenía mucha gente, leían el periódico, tomaban café o conversaban con sus acompañantes, en las diferentes mesas de forja verde, seguramente viajeros de los trenes de largo recorrido que a diario salían y llegaban a la estación
-¡Mierda! Al final llegaré tarde a todo- se dijo mirando el reloj.
Se dirigió precipitadamente a los baños de la estación, se cruzó con una mujer de larga melena, figura esbelta y que vestía una blusa azul, no pudo verle el rostro puesto que salía tan deprisa como ella entraba y había desviado la cabeza buscando a alguien.
Pasó rápidamente a la segunda sala de los baños, se dirigió al espejo y cuando levantó la vista para retocarse los labios, los vio.
Fue un instante fugaz, mientras la puerta del baño terminaba de cerrarse pero pudo ver los dos rostros llenos de placer, vio como él sujetaba los pechos por detrás mientras introducía su pene en el ano, vio como ella se encorvaba como una gata en celo…
Sus labios se cerraron formando una línea pálida en su rostro, su mano se cerró en un puño sobre la encimera negra de los baños, por su rostro caían lágrimas amargas, se agolparon en su mente miles de imágenes de su matrimonio pero todas morían en la imagen que acababa de ver, su “amado y fiel” marido se encontraba poseyendo a Sofía en unos sucios baños y algo dentro de ella no la dejaba arremeter contra los amantes. Escuchaba la voz de la razón diciéndole que no podía ser lo que había visto, que el estrés del trabajo le estaba jugando una mala pasada y que Fermín no era capaz de engañarla de esa manera.
Oyó pisadas, alguien se acercaba y en vez de irse de allí algo la empujó a esconderse en uno de los baños, oyó como abrían la puerta de al lado y escuchó un susurro salir de la boca de su marido
-Chúpaselo.
Sus lágrimas no dejaron de salir de sus ojos y esa voz que en principio le hablaba de un abnegado padre, un amante esposo, un amigo, un compañero… ahora le hablaba de venganza, mientras escuchaba los jadeos y suspiros de placer de los amantes, mientras sus lágrimas comenzaban a quemar sus mejillas, esa voz le hablaba de una venganza, de un castigo a su “amado y fiel” marido. Apretaba los puños cada vez más fuerte, las uñas se le clavaban en las palmas y de la mano derecha comenzaba a salir un hilo de sangre.
Escuchó como los amantes se marchaban, como se despedían con un beso, escuchó el móvil de su marido y las pisadas de éste cuando salía de los baños. Se miró al espejo, se le había corrido el rímel y tenía los ojos rojos por las lágrimas, como pudo se compuso, temblorosa sacó el maquillaje de su bolso y con un suspiro intentó calmarse. Su móvil sonó.
-Me han llamado del bufete- al otro lado estaba Alexander- no has ido todavía a recoger los papeles, ¿pasa algo?- no se encontraba con fuerzas para responder y rompió a llorar- dime dónde estás y paso a recogerte.

Rebecca se dejó caer derrotada en el sofá, Alexander le acercó un vaso de whisky.
-¿Qué ha ocurrido?
Simplemente le miró y comenzó a llorar de nuevo, no le gustaba mostrarse derrotada frente a nadie y menos mostrarse vulnerable frente a uno de los directivos de la empresa, le gustaba dar la impresión de ser una mujer dura y que podía con todo. Como pudo le explicó la imagen que había visto en los baños, y de nuevo aquella ira se apoderó de ella, él la miraba tranquilo sopesando sus palabras y bebiendo despacio su vaso. Apoyó una de sus manos sobre la pierna de ella para tranquilizarla y luego sobre su brazo que apretó levemente.
Aquella voz volvió.
-Tienes que vengarte y la mejor venganza es que te acuestes con él- Rebecca le miró de nuevo escuchando las palabras de aquella voz- de sobra sabes que tu marido le odia, nunca le ha tragado y siempre ha tenido celos de él. Y bien sabes que él te ha deseado desde que entraste a trabajar en la empresa, siempre te lo ha dicho.- Rebecca tomó otro trago apurando lo que le quedaba- Es la mejor venganza.
-¿Qué piensas hacer?- le preguntó Alexander sacándola del influjo de la voz-¿piensas en el divorcio?
-Sí, pero también quiero hacerle daño- hablaba con rabia, estaba dolida- me ha engañado, me ha mentido, ha roto mi confianza… quiero hacerle lo mismo, quiero que sufra.
-Te dejas llevar por la ira
-No, es en lo único que pienso, en vengarme, sólo con el divorcio y quitándole todo, no sufriría y quiero que sufra.
Alexander se levantó y ando despacio por la habitación, la miró por un momento y luego sonrió.
-¿Estás segura?
-Vendería mi alma.
Era lo que Alexander quería escuchar.
-Entonces tengo la venganza que quieres- le dijo sonriendo, se acercó a la mesa y tomó su portátil- Si tú y yo nos acostamos ahora, tu marido no se enteraría, pero con la cámara web del portátil lo podemos grabar y enviárselo- la miró y pudo ver en sus ojos que aprobaba aquello, además ella también sonreía, le gustaba la idea- Se que tu marido no me aguanta, nunca lo ha hecho y creo que es la mejor venganza que pudieras tener.
Rebecca le miró, parecía como si él también hubiera escuchado la voz. Observó como situaba el portátil sobre la mesa de café, le dio a la cámara y fue colocando el portátil de forma que se les viera bien, pulsó el botón de grabar.

Rebecca sentía como sus labios se habían abierto a las caricias proporcionadas, sentía como le acariciaba el clítoris, como aquella boca deseosa de su cuerpo le lamía y como su cuerpo respondía con encendido placer. Sintió como Alexander desabrochaba su blusa, como iba lamiendo su cuerpo desde su cuello, pasando por sus pechos donde se deleitaba lamiendo sus pezones, como la iba tumbando más sobre el sofá, como con su lengua había llegado a su vientre y sus manos se deshacían de la falda para pasar acariciar sus pechos, mientras su lengua jugaba entre sus piernas.
Sintió su aliento, que la encendió aún más, sintió como su lengua se abría paso entre los labios para pasar a lamer su clítoris, ella encorvaba su espalda de placer y sus propias manos acariciaban con fricción sus pechos. Su lengua recorría toda su vagina, se introducía dentro de ella, le lamía, le succionaba, sintió como introducía uno de sus dedos y lo movía despacio recorriendo todas sus paredes, siguió lamiéndole el clítoris con la lengua e introdujo un dedo más con lo que hizo que en ella aumentará el placer.
Aquellas caricias le empezaron a volver loca, no sabía si había encontrado su punto G pero algo en ello estaba a punto de estallar. Le agarró de los cabellos para acercarlo aún más a su vagina.
Un gran y prolongado suspiro salió de su boca.
Alexander se incorporó para observarla y le beso ferozmente para compartir con ella sus propios jugos, despacio la colocó de espaldas y comenzó a rozar su pene con su vagina para introducírselo poco a poco. Tomó uno de sus pechos que apretó levemente mientras terminaba de introducirle el pene, su otra mano se aferró en acariciar el clítoris.
Alexander se movía despacio, sin llegar a introducir todo su pene y Rebecca disfrutaba, le gustaba sentir como entraba y salía despacio, disfrutaba sintiendo como le acariciaba el clítoris mientras la poseía despacio.
-Ahora sí vas a saber por lo que vendiste tu alma- le susurró Alexander al oído y con una embestida violenta, acabó por introducirle todo el pene.
La tomó del pelo, apretó su pecho con fuerza y comenzó a moverse violentamente, tanto que Rebecca empezó a notar más dolor que placer como si el glande fuera una afilada punta de flecha.
-¡¡Me estás haciendo daño, para por favor!!
Sólo obtuvo por contestación un fuerte tirón de pelo y una palmada en las nalgas, sabía que Alexander no pararía, empezaba arrepentirse de haber querido vengarse de su marido
-Demasiado tarde querida- contestó Alexander como si hubiera leído su pensamiento, la tomó con uno de sus brazos por las caderas para que sus movimientos fueran más profundos y le introdujo uno de sus dedos en la boca.
Rebecca ya no disfrutaba y como respuesta a sus súplicas, sólo recibía embestidas más violentas y dolor, por sus mejillas empezaron a correr lágrimas, que no hizo que Alexander parara. Entonces notó que la sacaba , pensó que había entrado en razón, que la dejaría marchar cuando notó que juntaba sus brazos a la espalda y le ataba con unas esposas. La empujó sobre la mesa y notó como su pene se acercaba a su ano que introdujo en una solo embestida rompiéndola de dolor.
Le ardía, no le dolía, le ardía, parecía que la hubieran metido un palo ardiendo…después se desmayó.

Despertó sobresaltada y se encontró en la penumbra de una habitación que no conocía.
-¿Has dormido bien?- era la voz de Alexander- Te quedaste dormida hablando de la infidelidad de tu marido, imagino que debido al alcohol.
Rebecca se fijó que estaba vestida.
-¿No ha pasado nada entre nosotros?- preguntó cohibida
Alexander sonrió.
-Seguramente por eso estabas inquieta mientras dormías…aunque no parecías disfrutar exactamente de un sueño húmedo.
Rebecca le sonrió y asintió aún cohibida.
-Te preparé un café.
Observó en el espejo como se iba y… ¿eran unas alas demoníacas lo que salía de su espalda?


-Padre ha sido un trato exquisito
Alexander sonrió a Satanás
-Hacía tiempo que no me divertía tanto con una mortal- abrió sus viejas alas demoníacas- aunque nunca me gustó tener que poseerlas como humano, tener escondidas las alas me molesta.
Satanás tomó el vídeo grabado y acarició el cristal cilíndrico donde se encontraba encerrada el alma de Rebecca.
-El Príncipe estará orgulloso de vos, Alexander.
-¡No me llames así!- le espetó- nunca me gustó el nombre usado por los cristianos
-¿Volvéis a su lado?
-Le llevaré el café y espero que pueda volver a divertirme con ella- le dijo sonriendo- volveré a jugar con su vulnerabilidad, alentando de nuevo sus ganas de venganza y por supuesto, jugaré de nuevo con su mente para poder disfrutar de su cuerpo… y es posible que ésta vez lo haga sin máscaras mortales
-Que os divertías Belial.



La imagen que ilustra este relato pertenece a Marta Dahlig


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